El celuloide era caro. Carísimo. Muy pocos podían rodar un corto, y no digamos ya un largo.
Por eso necesitabas al patrón. Al tipo gordo del puro que se sentaba contigo y decidía si te daba el dinero o no.
Ese patrón fijaba sus condiciones. -Esta secuencia me la reescribes, este personaje me lo cambias, no quiero ese final- Y esto en el caso que consiguieras que te aceptara el proyecto. La gran mayoría de las veces tu guión era rechazado y punto.
Si tú no aceptabas los cambios, las imposiciones, los giros comerciales, si apelabas a la libertad creativa la respuesta era obvia: "Yo no te impido hacer tu película, sólo que aquí, no...".
¿Aquí no? ¿dónde entonces? No había opciones. O pasabas por el aro o no rodabas.
Hasta que llegó el digital.
Los costes se abarataron. Todo el mundo, quien mas quien menos, podía acceder a los recursos mínimos para contar una historia. Había llegado la revolución. Ya podías mandar a la mierda al gordo del puro. El patrón había muerto.
Y surgieron los primeros movimientos reivindicativos, que todos aplaudimos y vimos nacer con esperanza. Ya no había límites a la creatividad, al contenido ni a la forma, porque el soporte digital lo soportaba todo. Nadie te diría nunca más que tus formas no eran aceptables, que tu contenido era erróneo. Lo único que importaba era que rodaras en digital, porque esa era la prueba de tu independencia y de tu libertad. Todos cabíamos, independientemente de tu estilo o tendencia.
Y les creímos, yo, al menos. Creí en aquella filosofía que defendían, y que no era ni mas ni menos que el que ya no había filosofías.
Pero todas las revoluciones se traicionan a si mismas, se radicalizan buscando una identidad que mantener. Y así, el paso se fue cerrando. Ya no cabíamos todos. O rodabas de una manera concreta, en fondo, forma y contenido, alejándote de lenguajes que ellos habían decidido considerar como obsoletos, o no podías pertenecer al club.
Los extremos se tocan, y hacía el otro extremo, los rebeldes empezaron a engordar y a fumar puros, a decirte que nadie te impedía rodar lo que quisieras, pero que aquí, no... (¡pero está en digital!- Sí, pero es que no encaja con nuestra filosofía)
No era tan importante, ya que, al contrario que antes, aún quedaban opciones al alcance de los que se automarginaban de ambos lados.
Pero no puedo evitar una sonrisa cuando pienso que se han convertido en una parodia de lo que atacaban al principio, que sus aires de libertad envolvieron al final unas premisas tan exclusivistas como las del patrón gordo, aunque en una dirección opuesta. Y tampoco puedo evitar sonreír cuando los veo sentados en la terraza a la mesa, rodeando a los responsables culturales de las instituciones, compartiendo cafés y presupuestos.
Es el final... otra vez. El patrón sigue vivo.