miércoles, 24 de agosto de 2016

La Punta del Iceberg de David Cánovas

  
   Hoy he podido al fin visionar la ópera prima del tinerfeño David Cánovas, su debut en el largometraje con la película La Punta del Iceberg, basada en la obra teatral del mismo título de Antonio Tabares.

   No he podido ver la obra antes de la película, cosa que me hubiera gustado, pero me resulta curioso que a pesar de su puesta en escena focalizada casi en una única localización, un edificio de oficinas, la cinta de Cánovas consigue hacerte olvidar su origen teatral.

   Cualquiera que haya trabajado para una gran empresa, no importa el sector ni la actividad, puede sentirse identificado con esta trama de abusos empresariales, de malas práxis por parte de jefes y encargados, las presiones y los malos rollos, y sobre todo, con la escena en la que los empleados hablan casi a la cámara, casi interpelando al espectador, mientras repiten viejos mantras que todos hemos escuchado (y pronunciado) alguna vez: "Con la edad que tengo ¿quien me va a contratar? ¿a donde voy a ir? Sólo me queda tragar" "Si hay que hacer mas horas pues las hago" "En todos lados es así".

   La historia arranca con los suicidios de tres empleados en la sucursal de una gran empresa, y con el encargo de investigar dichos suicidios a una alta ejecutiva de la empresa, interpretada por Maribel Verdú, lo cual no es mas que una excusa argumental para que desfilen ante nuestros ojos toda esa fauna humana que podríamos encontrar en cualquier centro de trabajo.

   Desde el punto de vista técnico, la película está muy bien realizada. Cada plano está pensado milimétricamente a través de una planificación demasiado perfecta, a la que sin embargo, a mi juicio, le falta frescura, como si su director estuviera siempre preocupado por hacer lo académicamente correcto sin desmelenarse nunca.
   De hecho, hay una escena concreta, en la que la investigadora entrevista al jefe de recursos humanos, que está realizada mediante un traveling circular perfecto técnicamente, pero que a mi entender está fuera de contexto. Y es una pena, porque el diálogo de esa escena es magnífico.

   La fotografía es también correcta, quizás esa tendencia al frío en los despachos resulta demasiado obvia, pero consigue lo que para mi es uno de los grandes aciertos de la película, y que no es mas que trasmitir esa sensación (que todos los que hemos sido empleados de una empresa grande hemos sentido, o nos han intentado hacer sentir) de que no existe vida mas allá de la puerta de la empresa. Que el mundo se acaba ahí, y que fuera, en la calle, no hay mas que un abismo de niebla y nada.
Una atmósfera conseguida al cien por cien. 




   El guión cuenta con escenas y diálogos brillantes, como el ya citado del jefe de recursos humanos: "la maquina de chocolatinas de la planta baja tiene problemas de autoestima", pero otras me resultaron falsas, como el diálogo en la cafetería con el camarero.
El ritmo narrativo es el adecuado y la trama se desarrolla correctamente hasta el climax, quizás éste sí que un poco prolongado para mi gusto.

Los actores están todos geniales, Carmelo Gómez, Fernando Cayo, y también Maribel Verdú, aunque si he de ser sincero, a pesar de ejecutar su personaje mas que correctamente, siento decir que no me la creí en ese papel de ejecutiva agresiva que se nos revela en su escena de entrada, y que luego no se mantiene durante el resto del metraje, ni siquiera aceptando su evolución dentro de la trama.



   Así todo, este punta del iceberg es principalmente una película de mensaje, un mensaje que a pesar de cierta confusión inicial, se nos revela al final de la cinta clarito clarito como el sol de mediodía. Hacer lo correcto. Ser fiel a los principios, aunque sea a costa de poner en peligro tu estabilidad laboral.
Los principios solo tienen valor si nos mantenemos fieles a ellos aún cuando eso nos perjudique.

Así que es de agradecer que se hagan películas como ésta. Cine social, que buena falta nos hace en esta época en la que vivimos.

Bueno, en esta época y en cualquier otra.
  

lunes, 22 de agosto de 2016

Los violines del cine canario, "Calle Cloverfield 10" y la industria de marras

   
   Una vez dije en una entrevista que hacer cine en Canarias era como tocar el violín en el Titanic.
Ya saben. Hacer arte mientras todo se hunde.

    El discurso de siempre. Un montón de profesionales del cine que malviven en trabajos que nada tienen que ver con el cine.
   Hablamos mucho de invertir en formación. ¿formación? Ya. Una promoción detrás de otra de estudiantes de audiovisuales que surgen del Politécnico y que luego no encuentran una industria que pueda absorberles en el ámbito de un mercado laboral.

   No hace mucho, en su blog, el cineasta Iván López me difinió como "un francotirador, un cineasta outsider que paradójicamente aboga por la creación de una industria audiovisual en Canarias".

   Ciertamente necesitamos esa industria, y no ya por lo ya citado de la necesidad de crear un mercado laboral que pueda absorber toda esa formación profesional, sino también para que nuestras producciones dejen a un lado ese modus operandi consistente en pedir favores, apelar al altruismo, ese rodar a todo correr porque no tenemos permiso, ese vagabundear convenciendo a los dueños de los restaurantes para que nos dejen rodar en sus comedores y bares, corre corre que a las 12 abrimos al público...

   Dejar atrás esa sensación de estar siempre en deuda con un equipo al que no puedes pagar, y también esa falsa sensación de haber cumplido con ellos cuando les pagas de forma simbólica, cuando lo que realmente hay que hacer es inviable, que sería darles de alta en la seguridad social y firmar contratos...

Pero por otro lado...

No hace mucho estuve hablando con mi amigo Luis Alberto Serrano acerca de sus vicisitudes con respecto a su relación con los productores de su espectáculo musical de "La Movida Madrileña".

   Esa conversación me trajo a la memoria una película que vi hace poco. "Calle Cloverfield 10", ya saben. Seguro que la han visto. Si no es así, les aviso de spoiler.



La película tiene uno de los mejores guiones de los que he podido disfrutar en los últimos años.
   Un fanático de la supervivencia medio flipao rescata a una chica de un accidente de tráfico y la mantiene encerrada en el sótano de su casa, con la excusa de que afuera ha sucedido una catástrofe y es imposible salir al exterior.

   El guión original se titulaba "El Sótano" según creo. En principio uno no debería saber, en aras del suspense, si realmente ha sucedido alguna catástrofe en el exterior, o si el tipo está engañando a la chica para mantenerla allí con él.

"Calle Cloverfield 10" de Dan Trachtenberg (2016) con Mary Elizabeth Winstead y John Goodman

    Pero claro, cuando el guión llega a la industria, los lumbreras deciden convertir el thriller psicológico en la secuela de una exitosa película de extraterrestres llamada "Cloverfield" (Matt Reeves- 2008), pensando que como secuela de un film exitoso se garantizan la taquilla masiva.


  Y es cierto, pero si ya sabes que la peli que estás viendo es la segunda parte de una peli sobre una invasión alienígena, pues ya sabes que sí que pasa algo fuera del sótano, y que el tipo no la está engañando, y así se pierde todo el suspense y la emoción que el guión original desprendía.
   
   Y para colmo, le añaden una mierda de secuencia final, después de salir del sótano, en la que hay una pelea con un alien. Un cantoso pegote artificial que sólo fue añadido para justificar que aquello fuera una secuela y salvar el título.

¿conclusión?
La industria es necesaria para poder comer. Supongo que el guionista de "El Sótano" se fue felíz con un jugoso cheque en el bolsillo, aunque fuera a costa de ver su obra prostituida en aras del mainstream.

   Pero lo cierto es que la libertad creativa de la que gozamos en esta etapa, gracias a la revolución digital, no tiene precio artísticamente hablando.
No hay un productor que nos obligue a cambiar nuestro guión, ni a trabajar con este o el otro, ni a alterar finales o escenas.
Podemos hacer lo que queramos, como queramos... Pienso en los dos largometrajes que he rodado, y sé que nunca hubiera encontrado un productor que me hubiera permitido darle esos finales a mis películas... Y sin embargo ahí están. Dos largos terminados, acabados con total libertad creativa. Eso vale mas que nada en el mundo... ¿o no?...

Hambre física o artística.
Si tuvieran que elegir ¿Con cuál se quedarían?