domingo, 17 de junio de 2012

Cuatro motivos para (no) hacer cine

 
   A veces me gusta sentarme en algún bar que se parezca al de Hopper, pedirme un redbull y ponerme a pensar. Siempre me ataca la misma pregunta: ¿Por qué hacemos cine?
   Supongo que cada uno tendrá sus propios motivos, tal vez personales e intransferibles. No lo sé.


   Pienso, por ejemplo, en esa clase de cineastas, ambiciosos, que realmente quieren un futuro en el audiovisual, y que "siguen todos los railes que conduzcan a la cumbre", que diría Aute.
   Estos no tienen más escala de valores que una mutable en busca de la curva ascendente. Si tienen que ir apartando a manotazos a los mismos que les ayudaron a subir en aquella época del "somos colegas, si subo yo, subes tú", pues lo hacen sin remordimientos, justificándolo todo en aras de su "brillante futuro".


   Luego están los entusiastas.
Estos ruedan por placer, por puro amor a la imagen captada. Disfrutan de cada momento del rodaje, y para ellos, cada proyecto es un fin en sí mismo, y no un medio para llegar a ninguna cumbre.
   Normalmente, no se comen una mierda, ya que su pasión es tal, que ruedan contra viento y marea, sin importarles no tener dinero para mejorar el producto, y además, odian hacer cola en correos con sobres acolchados bajo el brazo, y odian también rellenar hojas de inscripción de festivales.
   A priori, podría pensar que esta clase de cineasta es la mas honesta, pero no olvidemos que el cine no es poesía. No se hace en solitario. Así que necesitas arrastrar a gente a tu proyecto: actores, actrices, alguien que mantenga la pértiga. 
   Y lo hacen bajo la esperanza que el producto tenga alguna salida, cuando saben que no es así.


   También están los masoquistas, aquellos para los que un rodaje es una tortura en toda regla. Estos sufren rodando, pero no pueden evitar rodar.
   Para ellos, el cine es como una droga perniciosa a la que están enganchados, que les obliga a gastarse sus ahorros en un proyecto sabiendo que no los van a recuperar, sabiendo que pasarán necesidades los meses siguientes al rodaje.


   Y por último, están los que hacen cine para ver si mojan.
Esos van ofreciéndole papeles a las camareras guapas de las cafeterías. 


   Yo, cuando empecé a hacer cine hace más de diez años, tenía un motivo. Ahora mismo he olvidado ese motivo y ruedo por inercia. No sé en cuál de las anteriores categorías me encuentro.
   Pero si pudiera elegir uno de los cuatro motivos, elegir el grupo al que quiero pertenecer, elegiría el último... sin duda.