El blog desde las vísceras de la indigencia cultural por Daniel León Lacave
miércoles, 4 de julio de 2012
De Guernica hasta Amenábar
En Abril de 1937, el soldado de intendencia Pascual Lacave entró en el pueblo de Guernica tras el bombardeo de éste por parte de la Legión Cóndor de la aviación alemana.
Mi abuelo apenas contaba con 23 años, y no sé lo que vio allí, ya que jamás nos lo contó a sus nietos, pero desde ese día, su pelo se volvió de color blanco y así se quedó hasta el final de su vida.
Sólo sé que, 44 años después, el día de su muerte, en la cama del hospital, mi abuelo rechazó la visita del cura para recibir los últimos sacramentos. Es probable que se dejara a Dios allí, entre los escombros.
Siempre me he preguntado si aquellas imágenes que convirtieron en canas su joven cabello le seguían acompañando en ese instante. Quizás no. Quizás la presencia de mi abuela cogiéndole la mano le hizo olvidar todo aquello. Él la miraba como si ella fuera la cosa mas hermosa del mundo.
Sin duda algo ha cambiado. ¿Se imaginan a un joven de 23 años de la generación de hoy, de la hornada de la playstation y el facebook, entrando en un Guernica cubierto por cabezas reventadas y miembros mutilados?
Yo tampoco.
Y creo que esto ilustra en cierta forma la evolución de nuestro cine patrio, y entronca aunque de lejos con lo de las vivencias e inquietudes personales de los creadores de que hablaba en mi entrada anterior.
Cuando cae la dictadura, en los años 70, lo primero que ataca a los cineastas es la sensación del fin de una censura que asoló nuestro cine durante casi cuarenta años, y se lanzan a ofrecer al público algo que nunca habían visto: tetas.
Es la época del Destape, de las películas eróticas fabricadas en serie de las cuáles no creo que se salve ninguna.
Después, a finales de los 70 y durante los 80, empiezan a contarnos las historias que no se podían contar durante el Régimen.
Es la etapa del cine político y social. Es "siete días de Enero", es "El crimen de Cuenca", y es también el retrato de la España negra de "La Colmena"o "Los Santos Inocentes", o esa obra de arte que fue y es "Tiempo de Silencio" de Vicente Aranda.
Pero entonces llegan los años 90, y hay toda una generación de cineastas a los que ya no les interesa ni el Guernica de mi abuelo, y mucho menos las tetorras, ya que aprendieron a masturbarse con la otra mano en el mando a distancia.
Es una generación invadida culturalmente sin remisión por la cultura americana a través de la televisión y sus tres ¡nuevas! cadenas privadas.
Son los Amenábar que ya no quieren oír hablar de la Guerra Civil, y tratan de contarnos otras cosas- "Figueroa murió mientras veía una película"- "española, seguro"- sentencia Fele Martínez en "Tesis", y todos nos reímos en la sala oscura del multicines, con la retina del subconsciente puesta en "Volver a empezar".
¿Y que nos depara el futuro?
No hace mucho leí un comentario acerca de que los jóvenes cineastas (canarios) andan más preocupados por sus devaneos y controversias sentimentales y amorosas, que por retratar la sociedad que nos rodea.
No sé. Quizás hasta ahora, la sociedad esa que nos rodea no nos haya ofrecido mayor problema que ese, que las decepciones y catástrofes emocionales...
Pero si echamos un vistazo ahora mismo a cualquier periódico o telediario, empezaremos a sospechar que todo eso va a cambiar.
Quizás seamos nosotros una generación perdida, una generación (Dios no lo quiera) de "entre guerras", y sea la siguiente remesa de cineastas la que haga historia.
Los mejores poemas nacen del sufrimiento.