El blog desde las vísceras de la indigencia cultural por Daniel León Lacave
martes, 7 de abril de 2020
Cuando un amigo se va
La noche de ayer la pasé en una camilla del hospital Negrín, con la mascarilla puesta, la vía cogida en vena y esa batita blanca que se amarra por detrás y se te ve medio culo.
Intentando respirar.
-"Coge aire de forma normal, no lo fuerces"- te dice la enfermera.
Todos son muy amables y tratan de adoptar una aparente tranquilidad y simpatía, que se adivina detrás de sus mascarillas. Solo puedo estarles agradecidos. A ellos y a la sanidad pública, que se preocupa de mi, me hace placas, me hace electros, análisis y pruebas del covid19, y a cambio no me pide 30.000 euros que no tengo.
Luego me dejan allí un rato, a la espera de los resultados.
Y les escuchas hablar:
-El señor de 67 años que entró ha fallecido...-
No lo vi, no sé quien era ese señor de 67 años, pero desde entonces empiezas a pensar en él, en mitad de tu confinamiento en camilla.
Y mil cosas pasan por tu cabeza. Sus hijos, su familia, su juventud, las cosas que vio y vivió en su infancia...
Tú estás cerca de los 50, tampoco estás tan lejos de los 67 si tienes en cuenta como se acelera el tiempo, como pasa cada vez mas vertiginoso por tu lado.
Nunca he sido un tipo hipocondríaco, esa es la verdad. Soy de esos que se tiene que estar muriendo con las tripas fueras o no pido hora en el ambulatorio.
Pero, joder, allí en la camilla, siendo asmático , grupo de riesgo y con la que está cayendo...
Entonces piensas en tu propia infancia, en tu adolescencia, en los errores cometidos, y en que esos errores son lo que te han llevado a ser quien eres. Que otros errores u otros aciertos te habrían convertido en otra persona.
Piensas en tu hijo de 14 años y en que todavía tienes que hacer un montón de cosas, que no te puedes ir hasta que él tenga su vida hecha.
Piensas en tus padres, que ya pasan de los 70 y que habrán pensado lo mismo con respecto a ti.
Pensé en mis hermanos, e incluso en mi perro. Que suerte tiene Martín, que no sabe nada de nada... solo de sensaciones... comer, hacer pis, salir a la calle, recibir con ladridos de alegría y la cola en movimiento a todo el que entra por la puerta...
Después piensas en las películas que has rodado.
Aquí mismo, en este hospital, rodé parte de mi primer largometraje, hace siete años.
"Crónicas del desencanto" era una historia sobre un grupo de personas que trataba de superar la muerte de un ser querido.
Kubrick no terminó de montar Eyes Wide Shut, porque se murió antes.
Hergé no terminó Tintín y el arte alfa...
Ese remolino de pensamientos me llevó a acordarme de mi amigo Tupac.
Mi amigo el documentalista cubano que había fallecido apenas un par de semanas antes, allá en Cuba.
Un infarto fulminante, seguramente vinculado al virus.
Mi amigo era joven, iba en silla de ruedas y la salud deteriorada, pero con unas ganas de vivir y de rodar, de hacer cine impresionantes.
Habíamos coincidido apenas hace cuatro años en el festival de Hendaya, y habíamos encontrado conexión. Hablábamos de cine, de política, intercambiamos nuestras obras...
El mes pasado me salió un curro en un documental en Cuba y avisé a mi amigo de que iba a ir para allá tres semanas. Iba a currar pero seguro que encontraría tiempo para dedicarle.
Se pudo contentísimo. Hablábamos casi todas las noches por messenger, haciendo planes. me iba a enseñar La Habana, el malecón...
Me pidió que le llevara unas medicinas que allí eran muy difíciles de conseguir, y que aquí apenas costaban cuatro euros, y una lista de películas incluyendo mis últimos cortometrajes que aún no había podido ver.
Y luego de pronto, el silencio. Mi último mensaje ya no lo recibió. Yo extrañado, me preguntaba si se había quedado sin conexión a internet. Hasta que recibí la noticia a través de Ángela, la directora del festival de Hendaya.
En shock, no pude evitar pensar que aún le quedaba tanto por filmar, tantas películas que contar.
Y en aquella camilla, tratando de respirar pausadamente, sin que el aire llenase del todo mis pulmones, pensé en los homenajes póstumos que hacemos cuando se nos va un amigo.
Llenamos las redes de mensajes emotivos que nuestro amigo no puede leer, los incluimos en dedicatorias en nuestras películas, películas que ya no va a ver.
Podemos incluso organizar proyecciones en su memoria, un pase de sus películas en una pequeña sala...
Que absurdo ¿no?. Quizás eso sirva para aliviar el dolor de los familiares, que sientan como queríamos a su hijo, marido, padre... Pero tú estás muerto y ni te enteras.
Y en eso estaba yo pensando cuando llegó la doctora Nayra con los resultados. Simpática y amable... (aquel personaje de mi largo que rodé aquí en este hospital también se llamaba Nayra...pensé yo, al tiempo que me respondí ... ¿y qué tiene eso que ver ahora? céntrate en respirar...)...
No tienes nada. Un ataque de ansiedad. Nervios. Ni covid ni nada de nada. Se qué es dificil dada la situación de confinamiento, pero mantente activo, muévete por la casa, no estés todo el día acostado comiéndote la bola...
Unas horas antes, la misma doctora, al no conseguir pincharme la arteria de la mano para hacerme no se qué prueba dolorosa, me preguntó a que me dedicaba. -Soy realizador audiovisual- le dije. -¿realizador audiovisual? ¿con estos tendones? ¿con estas manos de obrero de la construcción?- me respondió sonriendo...
-venga, para casa, y deja de darle vueltas a la cabeza. Si te falta el aire, respira con tranquilidad por la nariz y lo sueltas despacito por la boca...- me dijo mientras me daba el sobre con el alta.
Salí a la calle , y hacía un sol de verano. Me fui caminando a casa, tranquilo. No estaba lejos, y además me habían traído en ambulancia de madrugada y no tenia ni dinero ni bono para volver en guagua.
Las calles estaban casi vacías, y yo respiraba con normalidad.
Y entonces pensé en todas las películas que aún no he rodado.