Cuando eres pequeño, la muerte es algo lejano, que le sucede a otros. Tu madre te explica que cuando alguien es ya muy mayor, y lo ha vivido todo, deja su sitio en el mundo para que otros lo ocupen. Tú, en tu inocencia infantil, no lo entendías bien del todo, pero asociabas la muerte con la vejez, pensabas en otra cosa, y te bajabas a la calle a jugar a las chapas, al trompo, o al escondite.
Luego, en la adolescencia, te enfrentabas a la muerte de tus abuelos, ya mayores. Lo entendías un poco más, pero seguía siendo algo lejano que le sucedía a gente ya mayor.
Y de pronto un día, sin que apenas te des cuenta, empieza a desaparecer gente de tu misma generación, antiguos compañeros de clase de tu misma edad, gente con la que fuiste al cuartel, amigos, conocidos...
Hace unas semanas me enteré del fallecimiento de José Antonio Betancor, con quien fui al colegio en los 70`s y 80´s. Se había convertido en un gran cantante de ópera muy reconocido en su ámbito, tanto en España como en Europa.
Había cantado el Ave María en mi boda, allá por el año 2000, y nunca más supe de él, hasta la semana pasada. Tenía mi misma edad.
Hoy me levanté con la noticia del fallecimiento del compañero cineasta Domingo Damián Ojeda, y me quedé mudo.
Domingo, hasta finales del pasado mes de mayo, seguía anunciando sus avances audiovisuales en su página de Facebook. Documentales, cortometrajes, largometrajes. Yo seguía su carrera a través de las redes, una carrera que abarcaba ya más de dos décadas.
No tenía mucha relación directa con Domingo, más allá de una noche de estrenos en el TEA hace ya casi once años, las copas posteriores, las charlas de cine por Facebook y aquella maravillosa crítica que él mismo escribió en redes sociales sobre mi cortometraje "Ángeles".
Pero aún así, a pesar de la distancia, siempre le consideré un cineasta de mi misma generación, de esa generación "pionera" en el digital que a principios de este siglo luchó por abrirse paso en un nuevo y emocionante mundo, un mundo de cintas MiniDv, de Sony´s 170...
Sus obras te podían gustar más o menos, pero Damián Ojeda era, sin duda, un profundo enamorado de todo lo que oliera a audiovisual.
Y eso, no es cosa menor. Muchos aprendices de cineastas de aquella generación abandonaron su amor por el camino, de lo cuál se adivina que no era un amor verdadero.
Y así, el compañero Domingo se fue dormir una noche, soñando a buen seguro con su próxima película, y ya no se despertó. Sin duda la mejor manera de dejar esta bola de mierda giratoria que llamamos mundo.
Lo triste es que nadie le pondrá su nombre a un premio cinematográfico de ningún festival. Ninguna televisión autonómica le hará un homenaje proyectando sus trabajos.
Eso está reservado para unos pocos. Los demás... bueno... nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto.
Sería bonito poder hacernos un Tom Sawyer y ver nuestro propio funeral, escondidos en el tejado de la iglesia. Ver quien va y quien no, lo que se dice y lo que no.
Aunque realmente no importa lo buenos que hayamos sido. Al final el número de personas que va a tu entierro depende de si ese día llueve o hace sol.
Como dice Woody Allen: "Cuando me muera, como si tiran mis películas al mar. Yo no voy a enterarme".
Pienso en cuantos cineastas, de otras generaciones anterior a la mía, desparecieron sin más, y sus películas ni siquiera están subidas a youtube porque no existía. Olvidados tras las breves reseñas en el trabajo de fin de master de algún estudiante de cine canario.
...Buah... que más dará... Amamos el cine mientras vivimos. Ya es mucho. Otros no pueden decir lo mismo.
Al final todos seremos polvo, pero algunos seremos, como dijo el poeta, polvo enamorado.
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